2006-08-09

Nostalgia con recorrido agridulce por Hugo Valdés

Óscar David López propone en Nostalgia del lodo una breve novela-viaje en la que Victoria, una estrella internacional de cintas porno, hace un alto en su jornada de glamour para volver por unas horas a su ciudad natal, Monterrey. “Recorrido agridulce” hacia el pasado en común de la actriz con un amigo recientemente muerto, infectado por el sida, el texto se desliza con sinuosa elegancia gracias al empleo del presente. Por obra de este tiempo, además, se crea la sugestión de que la mirada no sólo puede verlo todo a placer, con una morosidad muy ad hoc para registrar la mecánica sexual con sus variantes, sino también que se acompaña de una voz que puede expresar con gran precisión y conocimiento todo lo que ve. Por otra parte, y pese al efecto de proximidad que sugiere una narración así, la voz parece retraerse al interpretar los movimientos de los personajes, descubriendo cosas significativas en actos tan sencillos como tocar los objetos, mientras que aquéllos, a su vez, ya librados a su propia suerte, tratan de comprender el escenario que pisan, las habitaciones donde se refugian, el mundo en que viven: algo que escasamente tiene sentido.

Victoria lo advierte así al descubrir aspectos de su amigo que ignoraba por completo. Pero, ¿podría ser de otro modo donde rigurosamente nada es lo que parece, constelado, al decir de la madre de Mario, de “tantos hombres que no eran hombres y tantas mujeres que tampoco eran mujeres. Pero todos convertidos en su propio sueño”? Un universo, pues, donde homos y heteros se escarnecen duramente entre sí, como si reprobando la vida del otro enjuiciaran la suya, nunca ejemplar. Las máscaras y disfraces sucesivos de Mario se traducen en sus desencuentros con Victoria, esa serie de pequeñas traiciones que los va separando hasta situarlos en un punto sin retorno, fuera del cual sólo hay el adiós definitivo. En su fuero interno, Victoria enfrenta entonces el dilema de expresar o no el reclamo esencial contra Mario: por qué la condenó a quererlo si él no iba a fijarse en ella, dedicándose en cambio a un sinfín de hombres ocasionales.

Paradójicamente, una vez que Mario se transfigura en la exuberante Betsy, Victoria parece estar más cerca de él/ella, compartiendo y cotejando sus cuerpos en el espectáculo que montan en el lodo y tras del que debe verse, más bien, una suerte de barro original donde pueden ser puros e inocentes de nuevo. La lucha en el lodo como sucedáneo de una tarde de novios. Pero la fiesta del cuerpo es pasajera. Otro a fuerza de cirugías; otra, a fuerza de voluntad, Mario-Betsy será siempre inasible para todos, como Élmer Arellano, protector y amante de aquél/aquélla, se lo hace ver a Victoria casi al final del libro.

Llama la atención que Óscar David destine a un personaje como ella a ser tiranizado por el cliché literario o, mejor, cinematográfico, desde el momento en que se propone amar lo imposible, un gay que no le corresponderá, como si siguiera un programa, un proyecto de infelicidad. El caso es que estos sofisticados y deseables actores sexuales que se aterrorizan ante la sola posibilidad de encontrarse con sus progenitores (como nota curiosa, Victoria es refractaria al tuteo cuando habla por teléfono con su madre) encuentran así un motivo para hacerse de preocupaciones existenciales que rebasan la mera genitalia en la que medran, pues dan la impresión de vivir, no obstante su prosperidad económica, afianzados apenas a un bolso Gucci, a unos lentes para sol Calvin Klein, a una palmera en la memoria, a un libro impreciso sobre los sueños: riqueza abstracta que subraya sólo su desnudez.

Sin embargo, no sabrán muy bien por qué dolerse: si por la ausencia definitiva de otros, por no haber sido parte de una historia convencional, o por el convencimiento de que la “vida normal” no era jamás para ellos, pero que en castigo por haberla pasado de largo deben añorarla como si hubieran deseado tener una. Al cabo, Victoria regresará al lado de Rocco-Roberto Garza, donde tiene una casa, un trabajo estable y un gato al cual cuidar, no un remedo ni sucedáneo de vida. Acaso nunca deseó, ni por un instante, comportarse como una persona convencional, pero es seguro que tampoco deseó, ni siquiera por un segundo, parecerse a eso tan evanescente y críptico que fue, que acabó siendo Betsy.






Por Hugo Valdés











Nostalgia del lodo, Óscar David López Cabello, Maison des Écrivains Étrangers et des Traducteurs de Saint-Nazaire/Consejo para la Cultura y las Artes de Nuevo León, Monterrey, México, 2005.

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